Con
machetes cortaron las partes mutiladas del roble.
Dejaron
caer las ramas sobre el patio,
bajaron un nido,
con dos pichones adentro, milagrosamente a salvos.
Alguien
prendía fuego las ramas más secas en el baldío cedido para hacer una plaza.
Pasó un auto
y se escuchó un ruido: qué hacen.
Al
descender, la ropa se enganchaba en las extremidades más expuestas del árbol.
La doña,
sosiega, sirvió un mate al chico que tenía puesto al revés el buzo.
Notaron que
el viento había volado violentamente las tejas;
esparcidas,
cayeron cerca de un hacha muy afilada.