Las zapatillas limpias un sábado
a la mañana son imposibles,
piensa Marco y
sube las cañas al micro:
son rústicamente largas y un tanto dobladas,
como si las hubieran arrancado de cuajo del
suelo fértil que oportunamente
dio vida a un tupido cañaveral
ubicado cerca de su casa.
Las botellas de Pepsi con agua congelada,
dentro de congeladoras rojas y blancas
y una bolsa con las remeras nuevas resultan
pesadas para subir los tres escalones.
El viento está calmo y el cielo celestísimo.
Al subir se le caen, lentamente,
una, dos, tres, cuatro monedas grandes
de dos pesos que llevaba en su pantalón;
como si las hubieran arrancado de cuajo del
suelo fértil que oportunamente
dio vida a un tupido cañaveral
ubicado cerca de su casa.
Las botellas de Pepsi con agua congelada,
dentro de congeladoras rojas y blancas
y una bolsa con las remeras nuevas resultan
pesadas para subir los tres escalones.
El viento está calmo y el cielo celestísimo.
Al subir se le caen, lentamente,
una, dos, tres, cuatro monedas grandes
de dos pesos que llevaba en su pantalón;
pero no reacciona; sólo siente, de súbito,
en ese preciso momento, que ahora,
como nunca jamás antes,
le importa poco, muy poco, o tal vez,
orgullosamente no
le importa nada perder dinero.
como nunca jamás antes,
le importa poco, muy poco, o tal vez,
orgullosamente no
le importa nada perder dinero.
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