miércoles, 15 de enero de 2014


Maia sabe armar una juegoteca, en plena semana con parciales.
No tiene tatuajes, ni remeras, ni pines, ni mochilas.
El campus de noche y cuando hace frío,
parece desolado,
pero hay árboles, paraísos casi todos, de ramas inquietas
y plantados a la vera del camino
como si fueran los guardianes de los estudiantes
que entran y salen durante todo el día.
Maia lleva un morral con los elementos que sobraron:
notas con direcciones y télefonos,
fibrones, pinceles, temperas, cinta adhesiva.
Camina apurada y usa la mano que no sostiene los afiches y
hojas a4 para acomodarse hermosamente el pelo negro.
En la mente, repasa cada uno de los pedidos que los vecinos le hicieron
y que debe gestionar en la Oficina.
Dobla la esquina y le llega un mail al celular, donde le avisan,
efusivos, con un tamaño de letra demasiado grande, 

deforme, informal,
que los vecinos ya pusieron hora y día.
Esto también se puede expresar de otra manera:
piernas tensas y latir en aumento del corazón.

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